Pronosticar sobre el futuro siempre ha sido una tarea atrevida. Más en estos momentos en donde salimos de tres grandes olas que han afectado al mundo entero, tanto a nivel personal como profesional.
Me refiero a la crisis de 2009, que supuso una sacudida fuerte en los cimientos del sistema y de la que no nos hemos recuperado del todo; a la pandemia de 2020, de la que todavía vemos coletazos con las distintas variantes del Covid-19; y a las medidas del cambio climático y la transición energética, que suponen grandes desafíos para la industria, en general, y para automoción, en particular.
Cada una de esas olas es de por sí un gran reto que cada empresa debe entender y encarar midiendo su mapa de riesgos. Si se suman las tres en un relativo corto espacio de tiempo, se produce un verdadero tsunami que solo una gestión excelente puede resolver con éxito.
Y en eso el País Vasco juega con ventaja. No solo tenemos una larga tradición industrial, una economía diversificada y equilibrada o una política industrial activa de nuestra Administración. Contamos con profesionales de primer nivel que se han ido curtiendo en muchas situaciones a lo largo de los años que hacen de ellos nuestro mejor aval de futuro. Disponemos de una cultura empresarial que es digna de admiración y que debemos cuidar.
Por ello, a pesar de todas las incertidumbres, podemos ver el próximo año con optimismo. Será un año de transición donde muchos de los problemas actuales, como el suministro de materias primas, o de semiconductores, se irá solucionando, y donde los consumidores de todo el mundo irán volviendo a la normalidad, con ganas de aprovechar el tiempo perdido.
Fuente: El Correo